lunes, 7 de agosto de 2023

¿Es Sergio Massa un traidor? Responde una Inteligencia Artificial

 


Agosto de 2023. En pleno auge de las Inteligencias Artificiales, surgió un nuevo programa: "SocrátiChat", de la empresa "PlatonIA". Su novedad consistía en responder sólo con nuevas preguntas, esperando con ello que el humano consultante fuera descubriendo los conocimientos necesarios para responder por sí mismo la pregunta inicial.

Un grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas de una Universidad de Argentina, decidió experimentar con dicho chat, preguntando si el candidato a presidente Sergio Massa era un traidor. Este fue el resultado:


Estudiantes (E): ¿Puede considerarse como traidor a Sergio Massa, teniendo en cuenta su cambiante postura política?

SocrátiChat (S): ¿Qué significa democracia?

(E): Gobierno del pueblo

(S): ¿Y cómo concreta el pueblo tal gobierno?

(E): Adoptando sus decisiones colectivas a través de sus representantes.

(S): Entonces, ¿los representantes del pueblo tienen que hacer lo que pueblo quiere?

(E): Sí.

(S): ¿Si el pueblo quiere ir a la derecha, su representante tiene que llevarlos a la derecha?

(E): Claro.

(S): ¿Y si el pueblo quiere cambiar el rumbo e ir a la izquierda, su representante tiene que llevarlos a la izquierda? ¿O debe insistir con llevarlos a la derecha?

(E): Tiene que cambiar el rumbo e ir a la izquierda.

(S): Según lo dicho, ¿Quién sería mejor representante del pueblo: aquel que sabe escuchar al pueblo y cambiar el rumbo porque asume como propios los cambios populares; o aquel que insiste en imponer sus propias ideas a pesar de que el pueblo quiere mudar la dirección?

(E): Sin duda, el mejor representante popular sería aquel que sabe escuchar al pueblo y cambiar el rumbo.

(S): Si democracia significa que el pueblo gobierna a través de sus representantes, y el mejor representante es aquel que sabe escuchar al pueblo y cambiar el rumbo, ¿se puede considerar traidor al representante que cambia de parecer al mismo ritmo que cambia el parecer del pueblo?

(E): Creo que no.

(S): Acusar de traidor al representante que escucha al pueblo y cambia, ¿no sería acusar de traición al mismo pueblo?

(E): Puesto que el pueblo es quien decide el rumbo en una democracia, no existiría traición alguna, porque se mantendría la fidelidad del representante a dicho pueblo.

(S): El representante que escucha al pueblo y cambia el rumbo, ¿sería democrático o antidemocrático?

(E): Sin duda sería el más democrático de todos.

(S): Los representantes que no escuchan al pueblo e insisten en imponer sus ideas sin cambiar el rumbo según el clamor popular, ¿no serían en verdad dictadores disfrazados?

(E): Siguiendo la lógica expuesta, al menos lo parecerían.

(S): ¿Quién traiciona al pueblo entonces? ¿Sergio Massa, o cualquiera de los otros candidatos que persisten en imponer su parecer? ¿Quién es el más democrático?

(E): Sin duda, Massa sería el más democrático de todos..., pero... pero al pueblo no le gusta que alguien no mantenga sus principios proclamados; no le gusta que cambie de parecer constantemente; no le gusta que no se tenga seguridad del rumbo (bueno o malo) a seguir por tener su representante un espíritu variable…

(S): ¿No consiste la democracia, precisamente, en aceptar los cambios populares?

(E): Sí.

(S): Si la democracia se fundamenta en admitir los cambios populares, pero al pueblo no le gusta que el representante cambie con ellos ¿no será que lo que no le gusta al pueblo es la democracia?

***

Hasta aquí llegó la consulta, dado que, apenas el Chat formuló la última pregunta, surgió la ventana de alerta del antivirus de la PC, que impidió continuar con el experimento. El antivirus advirtió que las respuestas del chat no se correspondían con la política de Protección Imperial de la Democracia, y que por lo tanto debían (y así lo hicieron) activar el protocolo "Cicurity" para bloquear a SocrátiChat.


domingo, 21 de mayo de 2023

Como tener hijos santos

 



Tengo un blog de Letanías. En él subo distintas letanías, para acceder fácilmente desde el celular y rezarlas al finalizar el Rosario. Hace un tiempo, comencé a confeccionar letanías a santos para distintos estados de vida y profesiones, por ejemplo, militares, amas de casa, abogados (sí, también hay abogados santos). 

Se me ocurrió entonces, inicialmente, hacer letanías a santos casados, y luego, más específicamente, a Matrimonios Santos (o sea, matrimonios en los que ambos cónyuges fueran santos o beatos, o con un proceso de canonización iniciado y aprobado). 

Mientras buscaba, fui observando una constante. Todos los matrimonios santos… tenían hijos santos. Es lógico que árboles buenos den frutos buenos. Fue lindo comprobarlo. 

Eso me llevó a la reflexión siguiente: si quiero tener hijos santos (y está bien que lo desee y lo pida al Señor), tengo que empezar por ser santo yo (y mi esposa, pero ella está más cerca de lograrlo, así que la carga es para mí). 

Les dejo a continuación la totalidad de los matrimonios santos que encontré, y los datos de sus hijos si los tuvieron.

- San José y Santa María Virgen: padres de Jesús.

- San Joaquín y Santa Ana: padres de la Virgen María.

- San Zacarías y Santa Isabel: padres de San Juan Bautista.

- San Aquilino y Santa Priscila: mencionados en los Hechos de los Apóstoles (18:1-3), se ignora si tuvieron hijos.

- San Mario y Santa Marta: padres de San Audifax y San Ábaco.

- San Valeriano y Santa Cecilia: vírgenes.

- San Vital y Santa Valeria: padres de San Gervasio y San Protasio.

San Marcelo y Santa Nonia: padres de San Claudio, San Lupercio, San Victorico, San Facundo, San Primitivo, San Emeterio y San Celedonio. 

- Beato Luis de Turigia y Santa Isabel de Hungría: padres de la Beata Gertrudis de Altenberg.

- San Cirilo y Santa María: padres de San Sergio de Radonezh.

- San Gordiano y Santa Silvia: padres de San Gregorio Magno.

- San Gregorio el viejo y Santa Nonna: padres de San Gregorio de Nazancio, Santa Gorgona y San Cesáreo.

- San Vicente y Santa Valdetrudis: padres de San Landerico, San Dentellino, Santa Aldetrudis y Santa Madelberta.

- San Walberto y Santa Bertilia: padres de Santa Valdetrudis y Santa Aldegunda.

- San Elzeario de Sabrán y Beata Delfina de Provenza: vírgenes

- San Enrique II y Santa Cunegunda: no tuvieron hijos.

- San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza: su hijo, es venerado en una ciudad de Toledo (España) como San Illán, pero se desconocen datos de su biografía.

- San Aurelio y Santa Natalia: antes del martirio con otro matrimonio (mencionados a continuación), dejaron a sus hijas en un convento. Se ignora que pasó con ellas.

- San Felix y Santa Liliosa: no hay datos de que tuvieran hijos, pero por el relato de los hechos del matrimonio anterior, no parece que los tuvieran. 

- San Luis Martín y Santa Celia Guerín: padres de Santa Teresita del Niño Jesús. Cabe señalar que el resto de las hijas murieron en olor de santidad también.

- Beatos Manuel Rodrigues Moura y su esposa: mártires de Brasil, se desconocen más datos. 

- Beatos Luigi y Maria Beltrame Quattrochi: tuvieron cuatro hijos, pero se trata de un caso muy reciente como para conocer el resultado. 

- Siervos de Dios Settimio Manelli y Licia Gualandris: al igual que el anterior, tuvieron más de veinte hijos, pero se trata de un caso reciente.


No he encontrado otros matrimonios santos. Sobre los padres de San Bernardo, sé que estaría la causa abierta (la madre es Beata), pero no logro encontrar ninguna fuente sobre la situación del padre. Si alguien tiene algún dato, se agradece.

Les dejo el link de las letanías por si quieren rezarlas: AQUÍ.



domingo, 16 de abril de 2023

La Iglesia y la Patria (San Pío X)

 


¡Oh venerables hermanos e hijos amadísimos que, en cumplimiento de los deberes de vuestra profesión, predicáis y practicáis sin respeto humano las enseñanzas de la Iglesia Católica, y, por esta razón, no solamente sufrís menosprecio y desdén, sino que sois objeto de pública censura, tachados de enemigos de vuestra Patria y difamados por cobardes calumniadores que no vacilan en herir gravemente los corazones católicos precisados más que nunca de todos los auxilios de la divina gracia para perdonar a aquellos que les ofenden tan vilmente!

Si el Catolicismo fuera un enemigo de la Patria, no sería una religión divina. La Patria es un nombre que trae a nuestra memoria los recuerdos más queridos, y bien sea porque llevamos la misma sangre que aquellos nacidos en nuestro propio suelo, o bien debido a la aún más noble semejanza de afectos y tradiciones, nuestra Patria es no sólo digna de amor, sino de predilección.

Y si esto ocurre siempre con carácter general, ¡con cuánto mayor motivo debe ser así cuando nuestro país está ligado por indisolubles lazos a esta Patria, que no está limitada a los contornos de un océano o rodeada de una cadena de montañas, que no habla una, sino todas las lenguas: la Patria que abarca en su latitud el mundo visible y el del más allá del sepulcro: la Iglesia Católica!

A todos aquellos políticos que creen ver en la Iglesia un enemigo y por ello la combaten sin cesar; a los sectarios que con odio inspirado por Satanás la calumnian constantemente, envileciéndola y atacándola; a los falsos campeones de la ciencia, que con sofismas de todo género pretenden censurarla como si constituyera un enemigo de la libertad de la civilización y del progreso intelectual, contestadles que la Iglesia, señora de las almas y directora de los corazones de los hombres, ejerce su supremacía ante el mundo entero porque ella sola, por ser la esposa de Cristo y poseerlo todo en común con su fiel Esposo, es la depositaria de la Verdad; ella sola puede recabar de todas las naciones veneración y amor.

Por esta razón, todo aquel que se rebele contra su autoridad, temeroso de su supremacía en el dominio del Estado, impone barreras a la verdad; el que proclama que su autoridad es extraña al país, desea que la Verdad sea también extraña a esa nación; el que teme que esta autoridad pueda perjudicar a la libertad y a la grandeza de un pueblo, confiesa abiertamente que una nación puede ser grande y libre sin la Verdad.

De aquí que un Estado, un gobierno o una autoridad –cualquiera que fuere su nombre– hace guerra a la Verdad, no puede pretender inspirar amor mientras se oponga de ese modo al sentimiento humano más sagrado. Tal autoridad podrá mantenerse por pura fuerza; podrá ser temida, porque, indudablemente, la espada del castigo conmina a la obediencia; podrá ser aplaudida por hipocresía, interés o servilismo; podrá ser aún acatada, ya que la religión aprueba nuestra sumisión a los humanos poderes siempre y cuando éstos no obliguen a ningún acto contrario a las divinas leyes, en cuyo caso todos estarían obligados a oponer su resistencia, sin por ello constituirse en rebeldes.

No obstante, aunque este deber de sumisión en todo aquello que no se oponga a las obligaciones prescritas por la religión, hará aún más meritoria la obediencia, no será lo suficiente para convertir esta obediencia en afectuosa, alegre y espontánea, de forma tal que merezca el calificativo de amor y de veneración.

Sentimos, pues, veneración por la Patria, que en suave unión con la Iglesia contribuye al verdadero bienestar de la Humanidad. Y ésta es la razón porqué los auténticos caudillos, campeones y salvadores de un país han surgido siempre de entre las filas de los mejores católicos, de que los Santos sean invocados en los himnos de nuestra santa liturgia como Patronos de su país; ellos siguieron el ejemplo del Santo de los santos, que mientras obedeció a aquellos que ejercían autoridad y pagaba tributo al Cesar, al aproximarse a Jerusalén y prever su próxima ruina, derramó lágrimas abundantes; pues siendo una ciudad tan amada y favorecida por el Señor, no se había aprovechado de tantas gracias ni de la visita que Él mismo se dignó hacerle con el solo objeto de derramar sobre ella toda clase de bendiciones.

(Discurso pronunciado por Su Santidad el Papa San Pío X el 20 de Abril de 1909).


Texto obtenido de http://www.catolicidad.com/2014/07/la-iglesia-y-la-patria-por-san-pio-x.html?m=1

sábado, 31 de diciembre de 2022

La "mentira" de los Reyes Magos

Me ha llegado un artículo de un sacerdote en el cual se afirma que es mentir (y por lo tanto, pecado) decirle a los niños que los regalos del día de la Epifanía los traen los Reyes Magos. Pueden leer el artículo AQUÍ (es del año 2015).


Evidentemente el padre no cree en los Reyes Magos. Probablemente me aclararía que sí cree que hayan existido, y que lo que no cree es que sean ellos los que traen los regalos, porque sus papás se los traían, y su hermano lo hacía con sus sobrinos, etc. Pero no es a lo que voy. Lo que digo y sostengo es que no cree que los Reyes Magos sean santos, y que por lo tanto interceden por nosotros, hasta ayudar a conseguir los regalos.


Me veo tentado de suponer que la familia del sacerdote tenía medios económicos suficientes al punto de facilitarse la adquisición de los regalos, y que, tal vez por ello, nunca tomó conciencia de que eran dones de Dios (¿cuántas veces le habrán dado gracias por lo que tienen?); o tal vez, el esfuerzo personal de los padres para adquirir los regalos, los confundió al punto de terminar (sin darse cuenta) dándose gracias a sí mismos y no a Dios). Es cierto que los sacerdotes no tiene hijos y desconocen las dificultades diarias de una familia, y, para el caso que nos ocupa, no tienen idea de lo que cuesta, a veces, conseguir (y dejar durante la noche) los pedidos de los niños. Porque si no es así, no entiendo cómo puede afirmar lo que dice en su artículo.


Para los que somos padres (y más si nuestra economía es ajustada), el día de Reyes siempre resulta una complicación. Pero tales complicaciones, se compensan fácilmente con la Fe. Con mi esposa rezamos a los Reyes Magos para pedirles su auxilio. Y nunca nos han fallado. El que sean “los padres” los que adquieran los regalos y los dejen de noche, no significa que no sean los Reyes quienes hacen el regalos a través nuestro. Estoy seguro de que me acompañan no sólo a adquirirlos, sino a dejarlos de noche en sus zapatos.


¿Qué católico no ha pedido nada a Dios por intercesión de la Virgen y de los Santos? ¿Qué católico no ha dado gracias a la Virgen o al Santo sobre un bien concedido? ¿Tengo que considerar que no son ellos los que nos conceden los dones porque hubo un intersesor terrenal? ¿Acaso, ignoramos que todo viene de Dios a través de María y sus santos y su ángeles?. 


El que afirma que miente a sus hijos sobre los Reyes Magos, es porque nunca les rezó para conseguir los regalos. No es mi caso, ni el de mi familia. Mi esposa y yo (y antes mis padres) sabemos perfectamente que los Santos Reyes Magos nos han ayudado. Y por eso, no mentimos al decirles a nuestros hijos que los regalos se los dejaron ellos, tanto como afirmo que la casa que “yo” logré comprar me la regaló San José (sin por ello dejar de dar gracias a quienes me ayudaron en su momento). 


Es más, para el caso de que se haya acudido mediante la oración a los Reyes Magos, sería mentirles a los chicos decirles que fueron los padres - intermediarios menores- y obviar totalmente a los Reyes -intermediarios mayores de los dones de Dios. Hablo, repito, de aquellos padres que rezason. No es el caso de aquellos padres ateos (porque no creen en Dios), irreligiosos (porque no rezan), protestantes (porque niegan la intercesión de los santos), en los que es cierto que no son los Reyes Magos (aunque sin duda, los regalos sí vienen de Dios).(No sé en cuál de las categorías encuadra el autor del artículo que criticamos. Espero que sólo un error).


Pongo un ejemplo: Cuando San Juan Bosco se propuso construir una Iglesia, su madre (Mamá Margarita) le preguntó de dónde iba a sacar el dinero. Y Don Bosco le dijo que su Madre (la Virgen) lo tenía en grandes cantidades y que se lo iba a dar. Si siguiéramos el criterio del sacerdote articulista, mentiríamos si dijéramos que la Virgen dio el dinero para la Iglesia. “Hay que ser sinceros, y no podemos mentir porque es pecado: en realidad fueron los donantes”. Absurdo para cualquiera que viva consciente de que todo, absolutamente todo, fue dado por Dios.

Y es que, como los Santos Reyes Magos sí existen (supongo que el sacerdote no cuestionará esta afirmación, que son nombrados en la Santa Biblia, y celebrados en el Canon de los Santos, a pesar de la imagen que colocó al comienzo de su artículo:

 


 

Sigo. Cómo los Reyes Magos sí existen, debemos admitir que interceden por nosotros. Y bien pueden dejar sus regalos inesperados si dejamos nuestros zapatos al pie del Pesebre. Somos católicos, no podemos dudar de lo sobrenatural.


Mi padre, con casi 60 años de edad, un 5 de enero a la noche, tuvo la moción de dejar sus zapatos esperando que los Reyes le dejaran algo. No sabía por qué, pero lo hizo. Y efectivamente, al otro día le habían dejado un regalo (con mucho significado para él), que le había mandado un amigo a través de mi madre para que se lo entregara el día de Reyes. Ese hecho tiene mucha más realidad que las supuestas sinceridades de un sacerdote que no ve lo evidente: los Reyes Magos son santos e interceden, sobrenaturalmente, por nosotros.

 

Alfonso Jesús Vivar

 

***


Dejo, dos textos que no son míos, sobre el tema. Un texto de de Giovanni Guareschi (el autor de Don Camilo) que, creo, viene al caso. (Aclaro que lo que nosotros festejamos en Reyes, en Italia -supongo por el texto- lo festejan el día de Santa Lucía. Y una poesía del sacerdote uruguayo, Horacio Bojorge.


"(…)

(…) por ejemplo, ¿qué ha sentido cuando un compañero suyo de escuela más malicioso le ha dicho que los regalos del zapatito no se los traía Santa Lucía, sino su mamá?

- Seré sincero – respondí -. Odié a aquel miserable cretino y hasta le di un puñetazo en las narices. Además, me negué a tomar en serio lo que me había dicho. Y aún hoy, a medio siglo de distancia, vuelvo a pensar con inmenso consuelo en las noches de Santa Lucía y en la trepidante espera que me impedía dormirme en seguida, como me sucedía las otras noches. Aún me bate espantosamente el corazón si pienso en mi despertar por la mañana temprano, cuando saltaba de la cama en la gélida habitación para correr a abrir la ventana. Y aún experimento la misma inefable alegría que sentía al retirar del alfeizar mi botita llena de cosas. ¡Qué maravillosa tibieza sentía cuando volvía arrebujarme bajo las cubiertas y vaciaba mi zapatito! Cuando pienso en ello, vuelvo a sentir aún aquella tibieza y vuelvo a aquellos regalillos de poco dinero. Gio’, nuestra reserva espiritual está compuesta de sensaciones confortadoras, ligadas a determinadas de nuestras acciones. Cuando la vida nos parece más dura, amarga, fría, ¡qué consuelo volver a encontrar aquel mórbido y dulce calor que calienta de nuevo nuestro viejo corazón y le devuelve la fuerza y esperanza! Han pasado cincuenta años desde entonces, y en este medio siglo he aprendido una enorme cantidad de cosas feas, pero yo creo aún en Santa lucía y en su asnillo. Una vez, cuando ya había pasado de los treinta y cinco y la noche de santa Lucía tenía que llenar los zapatitos de Albertino y de la Pasionaria, pregunté muy estúpidamente a mi madre cómo conseguía ella entrar en mi habitación, abrir la ventana, llenar mi zapatito de regalos, volver a cerrar la ventana y marcharse sin que yo me diera nunca cuenta. Ella me miró, sorprendida y ofendida, y me respondió secamente:

- ¿Y yo qué tengo que ver? No era yo. Y yo la creí.

La colaboradora familiar rió, divertida.

- Entonces, ¿por qué no prueba usted la noche de Santa Lucía a poner su zapatote en el alfeizar de la ventana?

- Porque tengo miedo.

- Miedo ¿de qué?

- De encontrarlo por la mañana lleno de regalitos.

- ¡Figúrese! –dijo la muchacha, riendo a carcajadas-. ¿Y quién podría llevárselos allí, a su palomar?

- Tu no conoces el carácter de mi madre – expliqué.

- ¡Pero si está muerta desde hace tantos años!

- Precisamente por eso. No existen límites para los muertos. Los muertos llegan a donde quieren.

- ¡No me haga reír! Usted sabe muy bien que encontraría el zapato vacío.

- Peor aún que encontrarlo lleno, porque significaría que no me he comportado bien en estos cincuenta años. (…)."

(“En familia”, Giovanni Guareschi).


***

Epifanía

Día de Reyes magos, seis de enero.
De niño es preguntar: ¿Qué me trajeron?
De adulto comprobar: ¿Qué me dejaron?
Y es de viejos, incrédulos y avaros:
sospechar que los Reyes les robaron.

Yo considero estos zapatos míos
y los encuentro llenos de...vacío.
Mas ya sólo tenerlos es regalo,
en los tiempos que corren, nada malo.
Así que: ¡gracias por estos zapatos!

Y mientras me los pongo y me los ato,
descubro otro regalo y me enmimismo:
¿no es don poder calzarse por sí mismo?

Y al ir desenvolviendo reflexiones
crece mi gratitud por tantos dones.
Caigo en la cuenta, con sorpresa mía,
de que es un día de Reyes cada día. 
Porque al calzarse cada día los pies,
recibe el hombre, en don, cuanto hace y es.

Y lo que da la vida, aunque parezca malo,
es, bien mirado, todo de regalo.

Encuentro al despertarme... de mi engaño,
que es corona de gracias todo el año.
Y que la Epifanía manifiesta
que toda nuestra vida es día de fiesta.

Que nadie el Don de Dios, por tanto, mida
por los puntos que calza en esta vida.
Cuando regala, Dios tiene por norma
rebosar de abundancia toda horma:
deja lo mismo en la alpargata rota
que en los charoles y en las finas botas.
¿No vale más la vida que el vestido?
Descalzos nacen reyes y mendigos.

Fueron los Reyes Magos los primeros
en saberse, sin Cristo, pordioseros;
y en deponer ante los pies del Niño
su ofrenda de fatiga y de cariño.

Los primeros también que comprendieron
que Tú dejabas a estos hijos ruines
colmados de Jesús los escarpines. 

                              P. Horacio Bojorge


martes, 10 de mayo de 2022

Los buscadores del Corazón de Jesús - Beato Manuel González




¡Encuentro en el Evangelio tantos modos de buscar al Corazón de Jesús y tan distintos fines en los que lo buscan!

La primera clasificación que salta a la vista es la de los "buenos y malos buscadores de Jesús".

Son buenos buscadores, los que buscan a Jesús para darle algo que le guste a Él u obtener de Él algo de provecho propio; esto es, lo buscan bien los que lo buscan para bien.

Son malos buscadores los que buscan a Jesús para hacerle daño y, si posible fuera, para perderlo; esto es, los que le buscan para mal.

De estos, ¡cuántos descubre el Evangelio! ¡Con cuánta tristeza intercala en la vida de Jesús, desde su infancia, frases como estas: buscaban (los emisarios de Herodes) la vida del Niño, buscándolo (los fariseos o sus secuaces) para atraparlo en su palabra, para prenderlo..., para perderlo..., para matarlo... (1). ¿Qué misterio de iniquidad y de incomprensión! ¡Cuánto buscar a Jesús, al siempre buenísimo Jesús para quitarlo de en medio!

¡Con cuánta pena ha tenido que decir a sus malos buscadores: me buscaréis y no me hallaréis! (2)

¡Cuánto harían sufrir, y estarán haciendo sufrir al Corazón de Jesús esos malos buscadores aferrados con obstinado y diabólico empeño en buscar sus manos para traspasarlas con clavos, su boca para amargarla con hieles, su cabeza para coronarla burlescamente con espinas, su palabra para atraparlo en embustes, su cara para abofetearla, su Corazón para atravesarlo, su nombre para raerlo de sobre la haz de la tierra! ¡Él, todo amor, odiado a muerte, a exterminio! ¡Y no una vez en su vida mortal, sino muchas, constantemente en su vida mortal y en la eucarística! ¡Qué misterio de dolor para Él y de dureza de corazón y ceguera de cabeza de los hombres!

Pero aun entre los mismos buenos buscadores, ¡qué pocos del todo buenos y rectos buscadores!, es decir ¡qué pocos buscadores de "sólo su Corazón"!

Me explicaré:

Veo en el Evangelio a unos buscar la "mano" de Jesús, como los que le pedían que la posara sobre sus cabezas o sus ojos o sus dolencias para que los curara; veo a tros buscar el "prestigio" de Jesús como sus paisanos de Nazaret pidiéndole prodigios para no ser menos que los de Cafarnaum; veo a éstos buscar el "poder" de Jesús para recrearse en el espectáculo de grandes milagros, como los curiosos que se le acercaban diciéndole: queremos verte hacer un milagro; veo a aquellos buscar los "dineros" de Jesús para robárselos como Judas, pero ¡a qué pocos veo buscando su Corazón!, ¡sólo su Corazón!

 

LOS BUENOS BUSCADORES

Los que buscan sólo su Corazón

¡Qué poquitos son! Los que buscan a Jesús más que por lo que da o promete, por lo bueno que es, por lo que se merece ser buscado, es decir, por lo que es Él, ¡por su Corazón!, ¡en qué escaso número se encuentran en el Evangelio! ¡Somos los hombres tan indigentes en nuestro ser y tan interesados en nuestro querer!

Pero aunque en corto número, en el Evangelio se encuentran, para gloria de Dios y honor del género humano, buscadores constantes, invariables, enloquecidos, si vale decirlo así, de su Corazón.

 

Los tres buscadores del Corazón de Jesús

Y con más propiedad diría tres tipos de buscadores con sus características muy marcadas que son: el grupo de las Marías, Juan Evangelista y la Madre de Jesús.

A este grupo no se le conoce en el Evangelio más que una ocupación para su vida y una sola dirección para sus pasos, sus miradas y sus anhelos; a saber: buscar el Corazón de Jesús, pero cada uno a su modo.

Dejo para más adelante presentaros el modod que cada uno tiene de buscar al Corazón de Jesús; conténtome ahora con presentaros un solo cuadro en el que todos y solamente ellos, aparecen absorbidos por esa preciosa ocupación. 

 

Las horas del Sacrificio

"Muchos son, dice el autor de la Imitación, los que siguen a Jesús hasta partir el pan, hasta la mesa; pocos los que llegan con Él hasta beber el cáliz de la Pasión".

Es decir, muchos son los seguidores y enamorados de las dádivas y regalos de Jesús; pero pocos los de verdad enamorados de su Corazón, y menos aún en la hora de su sacrificio.

Poned un momento vuestros ojos en la cima del calvario en la hora de la crucifixión de Jesús. ¿Qué da allí Jesús?

Allí no hay multiplicación de panes ni peces, no hay curaciones milagrosas de ciegos y tullidos, no hay caricias para niños ni consuelos para los que lloran..., allí no hay más que una vida que se extingue, unos ojos vidriosos que se cierran, unas heridas que manan sangre, una boca cárdena que se reseca, unos miembros que se contraen, un amor infinito que se deshace en un infinito dolor y, cuando la vida se extingue del todo, queda de cuerpo presente un pecho abierto y un Corazón traspasado por la lanza de un soldado.

¿Quién está con Jesús en esa hora?

Responde el Evangelio: Estaban junto a la Cruz María la Madre de Jesús, Juan el discipulo a quien Jesús amaba y las Marías. (3)

¡Estas son las almas que buscan a Jesús crucificado! , dirá poco después un ángel a una de ellas, que buscáis a Jesús cricificado. (4)

Esas son las buenas, las óptimas buscadoras de Jesús; las que sólo buscan su Corazón, para, con Él y como Él, amar padeciendo o gozando, trabajando o descansando, muriendo o resucitando...

 

                                                                            Beato Manuel González 

 

"Así ama Él", Editorial El Granito de Arena, 2018, páginas 26-30.

(1) Mt 2, 20.

(2) Jn 7, 34-36.

(3) Jn 19, 25.

(4) Mc 16,6.

lunes, 11 de abril de 2022

La Caridad todo - P Minguet Civera

 

 
(NOTA: las negritas y colores, no son del original)
 
 
LA CARIDAD TODO
 
todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta
 
 
El final del himno de la caridad de San Pablo ensalza la caridad dándole la primacía por encima de cuatro ámbitos especialmente “poderosos” de la vida; el sufrimiento, la incredulidad, la desesperanza y los pesos de la vida.
 
Porque decir que la caridad “todo lo sufre o excusa” es como decir que, aunque hay sufrimiento y por grande que éste sea, la caridad sigue siendo caridad, sigue existiendo, actuando, como tal, como caridad, no como otra cosa adulterada o acomodada. Es como decir, que el sufrimiento no ha prevalecido sobre la caridad.
 
Porque decir que la caridad “todo lo cree” es como decir que, aunque hay muchos motivos para dejar de creer, de confiar, de obedecer, al final la caridad es más fuerte que esos obstáculos y se mantiene erguida, constante.
 
Porque decir que la caridad “todo lo espera” es como decir que, aunque hay motivos para la desesperanza, obstáculos muy reales para dejar de esperar lo que hay que esperar, la caridad verdadera prevalece sobre ellos, no decae, puede seguir amando. Los obstáculos que llevan a desesperar no son bastante fuertes para anegar la caridad.
 
Porque decir, por último, que la caridad “todo lo soporta” es como decir que su capacidad de aguantar peso, el peso de la historia, el peso de los años, el peso de la debilidad, es muy grande. Es como decir que no hay peso que pueda doblegar a la caridad verdadera o, de otro modo, que por grande que sea el peso, nunca será suficiente para justificar que se deje de amar.
 
San Pablo, pues, al final del himno, no se contenta con describir la caridad, sino que la pone en comparación con otras “fuerzas” que aspiran también a una cierta o total primacía en la vida humana: el sufrimiento, por citar el primero, o la desesperanza ante la dificultad de alcanzar el bien y mantenerse en él, se presentan en nuestra vida como pretensión de vencedores inapelables. Pareciera que cuando éstos llegan, la caridad debería ceder y retirarse, “dejándose de poesías e idealismos”. Es también una tentación respecto a Dios: si hay sufrimiento es que Él no me ama (o lo hace muy mal). En el sufrimiento, el único que subsiste es el sufrimiento. Pero no es ésta la verdad de la caridad. Ni del amor de Dios hacia nosotros, ni del amor de nosotros hacia Dios y hacia el prójimo. La caridad verdadera tiene status de primacía, de vencedora. No hay fuerza capaz de imponerse a la caridad, en el sentido de que no hay situación en la que se imponga extrínsecamente no amar. No, dicho más sencillamente, siempre se puede amar y siempre somos amados por Dios.
 
Este “siempre” conecta con el “todo” de las frases paulinas. “Todo” y “siempre”, Amar a todos, y siempre, Amar en toda ocasión. La catolicidad del amor. Realmente es así. En Dios. Y también nos lo pide a cada uno de nosotros. Amar es lo que siempre se puede hacer. Más aún, lo que nunca debemos dejar de hacer. Es el caballo ganador. No tiene rival. En igualdad de condiciones, por así hablar, nada hay más fuerte que la caridad. Ya lo sabemos, ¿verdad?, es que Dios es Amor, Deus caritas est.
 
***
 
Podemos detenernos brevemente en estas cuatro afirmaciones del himno, contemplándolas en su doble dimensión: la caridad de Dios hacia nosotros, y nuestra caridad.
 
Todo lo sufre
 
Aunque a veces se traduce por “excusar”, en el sentido de silenciar los errores de los demás, lo cual es muy cierto y verdadero, me parece que ese “todo” se aplica mejor al verbo “sufrir”, como hace la Vulgata, que al verbo excusar o silenciar. Porque no todo se puede excusar, ni sería propio del que ama de verdad. Pero sí que se puede, por amor, sufrir bien todo. Como Cristo lo sufrió todo por nuestra redención.
 
Así que podemos considerar que la primera gran objeción al amor es, directamente, el sufrimiento. Realmente es un aspirante al trono de “fuerzas dominantes de nuestra vida”. El sufrimiento aspira a colmarlo todo, a que nadie lo haga callar, a que cuando llegue todos nos inclinemos ante él “con reverencia”. Pareciera también que quien sufre tiene carta blanca para no tener que amar, para no tener que ser virtuoso, para reclamar de nosotros compasión, permisividad, para entregarse al victimismo, al narcisismo, etc. También es una fuerza que reclama carta blanca para el ateísmo. O el ateísmo estricto, o ese ateísmo práctico en el que a veces nos sumergimos para vivir distintos espacios o tiempos de nuestra vida “como si Dios no existiera”.
 
Frente a éste, San Pablo afirma que la caridad todo lo sufre, todo lo resiste, o, como se traduce en algunas versiones Vernáculas, “todo lo excusa”. Es un auténtico duelo, batalla, entre la caridad y el sufrimiento, en el que San Pablo proclama vencedor a la primera, como diciendo: “Aunque haya sufrimiento de cualquier tipo, la caridad es capaz de seguir siendo caridad, de seguir amando”; Incluso al que nos ocasiona el sufrimiento.
 
Esta característica se verifica antes que nada en Dios mismo hacia nosotros, en su amor manifestado en Cristo. Un amor que todo lo ha sufrido por nosotros, sin dejar que el dolor o la prueba pudiera apagar el amor. Es el amor de Cristo Crucificado: siendo dolor, siendo Él mismo una llaga abierta de sufrimiento, no deja por ello de amar, ni un instante. En la película de La Pasión, durante la escena de la flagelación, se ve rezar a Cristo el salmo 57 (56):
 
Mi corazón está firme, Dios mío, | mi corazón está firme. | Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; | despertad, cítara y arpa; | despertaré a la aurora. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; | tocaré para ti ante las naciones: por tu bondad, que es más grande que los cielos; | por tu fidelidad, que alcanza las nubes. (Sal 57 (56), 8-11)
 
Un corazón firme es el de Cristo durante los sufrimientos, porque la bondad de Dios es más grande que todo. Un corazón firme en el amor a su Padre y a nosotros. Como diciendo: “No voy a dejar de amar, ya puedes seguir golpeándome". Como canta el Cantar de los cantares:
 
El amor es fuerte como la muerte. Las aguas caudalosas no podrán | apagar el amor, | ni anegarlo los ríos. (Cant 8,6)
 
Lo cual también puede expresarse diciendo que suframos lo que suframos, siempre, Dios está amándonos. Y lo está haciendo al máximo nivel de su amor. No hay situación que escape o que domine al amor de Dios hacia nosotros, como canta el mismo San Pablo en otro lugar:
 
¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 8, 35-39)
 
Con relación a nuestra caridad, se impone lo mismo, aunque a nuestra debilidad le pareciera encontrar en el sufrimiento una “razón” para dejar de amar. Hemos de gritarnos, pues, en la hora del dolor; no hay razón de sufrimiento para dejar de amar. Miremos a la Sma. Virgen María al pie de la Cruz. Pareciera que ante su dolor inimaginable pudiera dispensársele de amar. Ella podría tener una justificación, figuradamente hablando, para dar rienda suelta al rencor, a la amargura, a destilar hiel por cada una de sus heridas. Pero en ella vence la caridad al sufrimiento. Ella, como su Hijo, herida, sigue amando. Su dolor inmaculado es revelador. Ella sufre por sólo amor, y su sufrimiento es así puro. A ella le pedimos nos enseñe a sufrir y amar así.
 
En la hora de la prueba, pues, cuando pareciera que sólo podemos sufrir, que nada más no es posible, ni siquiera demandado, agarrémonos al amor con que Dios nos ama y pidámosle amar a nuestro prójimo. En esa hora, el Tentador tratará siempre de “dispensarnos de amar”; de proponernos el pecado como la salida que “nos merecemos”, que “necesitamos” (1). No. La caridad todo lo sufre. Como pronunció Juan Pablo II en la beatificación de las mártires María de los Ángeles de San José y Compañeras, el 29 de marzo de 1987, y que se lee como Oficio el día 24 de julio
 
El Señor es mi pastor, nada me falta... Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre (Sal 22,1-3). Los beatos, hijos e hijas de la tierra española, pronuncian hoy, con una especial acción de gracias, las palabras con las que toda la iglesia expresa su confianza sin límites en Cristo, Buen Pastor. Él nos conduce muchas veces con mano firme y segura, a través de caminos difíciles y dolorosos, como lo expresan las siguientes palabras del salmo: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (Sal 22, 4). Con estas palabras pudieron dirigirse al Buen Pastor estas tres hijas del Carmelo cuando les llegó la hora de dar la vida por la fe en el divino Esposo de sus almas. Sí. Nada temo. Ni siquiera la muerte. El amor es más grande que la muerte y Tú vas conmigo. ¡Tú, el Esposo crucificado! ¡Tú, Cristo, mi fuerza!
 
Por eso, objetivamente hablando, no hay razones para no amar. Son falacias. Siempre se puede amar. A veces, como en la hora del martirio, es lo único que se puede hacer.
 
 
Todo lo cree (y todo lo espera)
 
Se podría entender este versículo como que la caridad, el amor verdadero, es una especie de abuelito bonachón y confiado que siempre se cree lo que le dicen sus nietecitos, porque no quiere pensar mal de ellos. O como un cónyuge que siempre acepta las falsas promesas de reforma de su cónyuge infiel. O una madre que sigue creyendo ciegamente las mentiras de su hijo drogadicto de que ésta es la última vez que consumirá drogas si le da el dinero que le pide. Como si lo propio de la caridad fuera ser tonta y ciega. No, la caridad se alegra con la verdad, no con la injusticia. Y el amor de Dios no es ciego a nuestros pecados. Como los ve perfectamente, los puede perdonar y sanar.
 
Por eso, sin negar que, en cierto sentido, y en algunas ocasiones, la caridad disimula las ofensas (2), pienso que debemos remar más adentro, y meditar la justa relación entre la caridad y la fe, dos virtudes íntimamente vinculadas, que se alimentan mutuamente, que van de la mano, junto con la esperanza, en el alma del creyente. Hay un texto de Santo Tomás que cita Pieper en su tratado sobre la esperanza:
 
«De este modo, en un santo movimiento circular, las virtudes teologales refluyen en sí mismas; el que es llevado por la esperanza al amor tiene desde entonces una esperanza más perfecta y cree al mismo tiempo más firmemente que antes». (3)
 
Así, en primer lugar, pienso debemos entender este versículo (todo lo cree, todo lo espera) referido a la caridad y a la fe teologales. Como dice Santo Tomás, el que ha sido llevado al amor tiene desde entonces una esperanza más perfecta y una fe más firme. El amor, pues, hace que lo creamos todo de Dios y lo esperemos todo de Él. De esta forma vence sobre la incredulidad y sobre la desesperanza. Todos los motivos para no creer y para no esperar no tienen la fuerza del amor verdadero, no prevalecen ante Él.
 
«A continuación muestra San Pablo de qué manera la caridad impulsa a obrar el bien con relación a Dios. Lo cual realiza principalmente por las virtudes teologales, que tienen a Dios por objeto. Como es sabido, además de la caridad, existen otras dos virtudes teologales: la fe y la esperanza.
 
En cuanto a la fe, dice “todo lo cree”, o sea, todo lo revelado por Dios. [...] Creer en cambio, todo lo que los hombres dicen, sería ligereza, como leemos en el Eclesiástico: “El que es fácil en creer de ligero y en esto peca, a sí mismo se perjudica” (Eccli, 2,9). En cuanto a la esperanza, dice “todo lo espera”, o sea, todo cuanto ha prometido Dios....» (4)
 
Pero también podemos entenderlas, en cierto sentido, como de Dios hacia nosotros. Porque Dios nos ama con verdadera caridad, espera –entiéndase- y cree -entiéndase- que podemos ser santos. Nosotros tendemos a desesperar de nuestra propia santidad y de la del prójimo. Dejamos de creer en las promesas de Dios («no despreciéis las profecías», 1Tes 5,20), en que será posible su obra en nosotros, en que alcanzaremos la vida eterna. Nos puede en ocasiones nuestra patente debilidad, o la del prójimo. “Nunca cambiaré”, “nunca cambiará”, nos susurra el Tentador. Es en ese momento cuando podemos mirar el Amor de Dios, y mirar cómo Él nos mira. Su Amor grita “sé santo, puedes serlo, creo que puedes serlo... Yo no actúo en vano”.
 
El que os llama es fiel, y Él lo realizará. (1Tes 5, 24)
 
Este amor todo lo cree, todo lo espera. Es más fuerte que cualquier objeción. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Es el mismo amor que gritó al buen ladrón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Cristo no dejó de creer en la posibilidad de salvación del ladrón. Tampoco de cada uno de nosotros.
 
La caridad, el amor de Dios y a Dios, nos hacen creer y esperar, pues, algo tan increíble, tan de poco esperar, como que podemos ser santos. Y que lo puede ser nuestro prójimo. Increíble, ¿verdad? Aquí se ve su “teologalidad”, en que no estamos en el terreno de lo meramente natural. Como escribió Chesterton:
 
La verdadera diferencia entre el paganismo y el cristianismo se resume perfectamente en la distancia que existe entre las virtudes paganas, o naturales, y las tres virtudes del cristianismo que la Iglesia de Roma llama virtudes teologales. Las virtudes paganas, o racionales, son cosas como la justicia o la templanza, y el cristianismo las ha adoptado. Las tres virtudes místicas, que el cristianismo no adoptó, sino que inventó, son la fe, la esperanza y la caridad. Sobre estas tres palabras se podría derramar mucha fácil y torpe retórica cristiana, pero quiero limitarme a dos hechos evidentes. El primer hecho evidente (en marcado contraste con la ilusión del pagano danzante); el primer hecho evidente, digo, es que las virtudes paganas: la justicia y la templanza, son virtudes tristes; mientas que las virtudes místicas: fe, esperanza y caridad, son virtudes alegres y exuberantes. Y el segundo hecho evidente —que es aún más evidente es el hecho de que las virtudes paganas son virtudes razonables, y que las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad son, en esencia, tan irracionales como pueden ser. Como la palabra irracional se presta a malentendidos, podemos expresar lo anterior de un modo más preciso diciendo que cada una de esas virtudes cristianas o místicas implica, por su naturaleza misma, una paradoja, lo que no puede decirse de ninguna de las virtudes típicamente paganas o racionales. La justicia consiste en reconocer que algo pertenece a determinado hombre, y dárselo. La templanza consiste en reconocer los límites apropiados de determinados caprichos y actuar en consecuencia. La caridad, sin, embargo, significa perdonar lo imperdonable, o no es una virtud. La esperanza significa esperar cuando no hay esperanza, o no es una virtud. Y la fe significa creer lo increíble, o no es una virtud. (5)
 
Todo lo soporta
 
Soportar quiere decir llevar un peso (portar) desde abajo (so). Es por tanto no sólo no sucumbir a una carga, sino además sostenerla, como una columna. Lo que soporta es más fuerte que lo soportado. Si la carga fuera más fuerte, el soporte caería, se rompería. San Pablo, pues, afirma que la caridad todo lo soporta, es decir, que no hay peso que pueda hacer sucumbir a la caridad. Nada pesa más que la caridad. No hay carga que sea capaz, por sí misma, de impedir que la caridad sea caridad. Y esta verdad, como hemos venido diciendo, debe ser un aliento en la prueba, un exorcismo de la tentación que nos dice “con tantas cosas que tengo que hacer no puedo detenerme en amar”. No. Es verdad que no podemos llevar muchas veces la carga que nos impone la historia, y no tenemos que por qué llevarla toda, pero siempre se puede amar. No hay razón para no amar.
 
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla. (1Cor 10,13)
 
Dicho esto, podemos contemplar dos cargas especialmente relacionadas con la caridad. La cruz y el prójimo.
 
 
La primera es la Cruz. Es la carga que sin la caridad, unida a la fe y a la esperanza, no podemos llevar. Pero con estas tres sí.
 
«Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por Mí, la encontrará». (Mt 16,24s)
 
«Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará». (Mc 8, 34s)
 
«Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». (Lc 9, 23s)
 
Con Cristo, con su caridad (caritas Christi), el yugo se torna ligero, y la carga soportable. ¡Es posible llevar la Cruz! No es necesario ya alienarse, ocultarla, o quedar aplastado por ella.
 
Y no sólo es la que hace posible llevar la cruz... es el modo de hacerlo.
 
La segunda es el prójimo. Con el prójimo podemos decir algo similar a lo que clamaba Moisés:
 
Entonces yo os dije: “Yo solo no puedo cargar con vosotros. El Señor, vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois tan numerosos como las estrellas del cielo. Que el Señor, Dios de vuestros antepasados, os haga crecer mil veces más y os bendiga, como os prometió. Pero ¿cómo voy a soportar yo solo vuestras cargas, vuestros asuntos y vuestros pleitos?" (Dt 1, 9-12)
 
Pero nunca “estamos solos” para cargar con el prójimo. Cristo siempre está con nosotros por la caridad. Con Él y por Él no hay nadie in-soportable. No hay nadie con el que no pueda cargar. Además, como con la cruz, la caridad no sólo es la posibilidad de cargar con el prójimo, es el modo de hacerlo.
 
Miremos a Cristo. Recordemos que, antes de nada, Él nos soporta a nosotros, nos lleva, con nuestras cargas y dolores: «Él soportó nuestros sufrimientos | y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), o como dice en otro lugar: «No fue un ángel ni un mensajero, | fue Él mismo en persona quien los salvó, | los rescató con su amor y su clemencia, | los levantó y soportó, todos los días del pasado» (Is 63,9).
 
Y este amor nos hace fuertes (pesados, pues nuestro “peso es lo que amamos” (6)), fuertes para sobrellevarnos unos a otros:
 
Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los endebles y no buscar la satisfacción propia. Que cada uno de nosotros busque agradar al prójimo en lo bueno y para edificación suya. Tampoco Cristo buscó su propio agrado, sino que, como está escrito: Los ultrajes de los que te ultrajaban cayeron sobre mí. (Rom 15, 1-4).
 
Conclusión
 
No hay razones para no amar.
 
Cuando no amamos, no tenemos razón. 
 
 
                                                  P. Tomás Minguet Civera
                                 14 de diciembre de 2020, San Juan de la Cruz
 
 
Notas al pie
 
(1) “Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación, se enredan en un lazo y son presa de muchos deseos absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, y algunos, arrastrados por él, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas. Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1Tim 6,9-11).
 
(2) “El odio provoca reyertas, el amor disimula las ofensas” (Prov 10,12).
 
(3) De spe, 3 ad 1. Cit. En J. Pieper, Las virtudes fundamentales, 9ª ed. (Madrid, Rialp, 2007), p. 381.
 
(4) Santo Tomás, cit. En A. Royo Marín, Teología de la caridad (Madrid, BAC, 1960), p. 394.
 
(5) Chesterton, G. K. (2009) Herejes (Barcelona, Acantilado) p. 114.
 
(6) “Mi peso es mi amor; él me lleva doquiera soy llevado”. San Agustín, Confesiones, XIII, 9, 1.