lunes, 17 de junio de 2019

Independencia y Nacionalismo. Perspectiva para una lectura con frutos.



Como la página "Los cocodrilos del foso" ha desaparecido por decisión de su autor (para mí gusto, una lástima. Si se partía de la base de que escribía un abogado y no un juez, la lectura era, como mínimo, divertida - y era mucho más que eso), dejo a continuación uno de sus artículos (que por gracia de Dios guardé en mi PC), que considero un texto básico para un análisis del libro de Antonio Caponnetto, "Independencia y Nacionalismo". De hecho, lo tengo impreso y acompaña en mi biblioteca al libro en cuestión. 



INDEPENDENCIA Y NACIONALISMO
PERSPECTIVA PARA UNA LECTURA CON FRUTOS

Por Dardo Juan Calderón

    La aparición de este último libro de Don Antonio Caponnetto era estrictamente necesaria. El nacionalismo se ha olvidado que hay nuevas generaciones que no tienen la menor idea de qué fue - ¿o es?- el nacionalismo argentino.  Más aún, hay generaciones que están prevenidas contra el rótulo, y contra el nombre del autor que, quieran que no, han pasado a ser casi una misma cosa y ya no sé quién lleva el fardo. También están los prevenidos ante falsificaciones que ha sufrido el nacionalismo, o quizá mejor debo decir, declinaciones de esta corriente hacia el vicio propio que oculta en su natura lo nacional argentino.


    Estas prevenciones y prejuicios contra el nacionalismo no han permitido acercarse a él de una manera serena a las nuevas generaciones, y a la vez, han provocado una respuesta de igual modo. Dicen los franceses “C´est un animal très méchant, quand on l´ataque, il se défend”. Y en efecto, se ha convertido muchas veces en eso, una noble bestia acorralada que gruñe (¡y para muestra basto yo!). ¿Quién puede culparlo? Por otra parte, véanlo como fue y no como fue falsificado, o en las derivas de la carne.

    Es por ello que yo planteo a los jóvenes que creen saber qué es el nacionalismo y que la sola propuesta dispara todas las alertas, que se serenen. No es tan malo, sólo muerde cuando lo patean. Hay un millón de libros pesados y enormes para enterarse. Pero este está justo. Son cuatro horas de lectura rápida y amena en las que el representante vivo (¡ni tanto!) más válido de esta corriente de pensamiento argentino, nos deja, ya llegado a una madurez intelectual y estilística, una síntesis que podríamos denominar, definitiva. No porque toque todos los temas que comprenden esta corriente, ni que los toque con acierto permanente, sino porque los toca como una melodía que ya es suya por reflejo (podríamos decir por virtud, o por vicio si les cuadra). Es el autor el que representa un producto definitivo de esta corriente de pensamiento. Con su luces y sus sombras.

   La obra condensa el pensamiento nacionalista, pero aún más; porque no es una obra que “hable” del nacionalismo, sino que habla “desde” el nacionalismo, porque es una obra “nacionalista” y eso ya casi no existe, siendo que otrora, todo lo que había para leer, era nacionalismo.

    La primer cosa que tenemos que hacer es dejar de fruncir la nariz cada vez que escuchamos la palabra. Pensemos que vamos a dedicar unas horas a comprender una “línea del pensamiento argentino” (me atrevo a decir que la única línea de pensamiento que es típicamente “argentina”) que murió hace cien años, y de un autor que yace en la chacarita desde hace por lo menos cincuenta. Matémoslo sin piedad. Démonos el gusto y saquémonos la bronca. Y ahora mirémoslo desde lejos y con condescendencia. Relax.

  Hace esos cien años (en la realidad son unos cincuenta, pero cien es un buen número para perdonar), todos los católicos de derecha argentinos que pensaban, estudiaban y escribían, eran nacionalistas. Mi viejo era nacionalista, todos sus amigos y colegas lo eran, y yo lo era o lo estaba por ser. No se podía ser otra cosa. No había otra forma de ser católico. Pero esa cosa y esa forma, era bastante especial, porque era “argentina”. Era un pensamiento argentino, acuñado en estos pagos y muy particular, muy propio. Al punto que podemos decir que si alguna vez existió una Argentina que valiera la pena, esa fue el nacionalismo argentino. Y no sé bien cuál es primero, es decir, si la argentina produjo ese pensamiento, o ese pensamiento produjo la posibilidad de que existiera esa Argentina.

   Esa corriente de pensamiento produjo personalidades de primera línea internacional  y puso a la intelectualidad argentina en un sitio que fue inédito en toda Hispanoamérica, y no me sonrojo en afirmar que opacaba la producción europea. No sé si está escrito, pero yo escuché a Guido Soaje decir que la Argentina es el único país de América que produjo Filosofía. Y eso es mucho. Produjo Historia a raudales, literatura de la buena, historia universal, historia de las ideas, teología de alto nivel. Sí, aunque no lo crean y aunque nunca tuvieron poder, tuvieron mucho prestigio.

  Ahora bien, por qué digo que fue “pensamiento argentino” y no el seguimiento de corrientes europeas. Porque así lo fue. Presten atención. Ser nacionalista argentino era ser hispanista, carlista, joseantoniano, maurrasiano, rexista, facho, nazi, rumanista (Codreanu),  romanista, helenista,  y varias cosas más; pero ninguna de ellas. Todo lo que en el mundo había de contrarevolucionario, católico, derecha, y que implicaba un baluarte de la civilización cristiana, era nuestro. Y lo era de una manera especial, porque lo era sin las rencillas de cada uno de sus orígenes. En la Argentina se podía admirar a José Antonio y al Carlismo sin que nadie encontrara una oposición. Porque todo esto era visto desde la Argentina y tomado en su medida correcta de aporte. Si ustedes hoy vieran la biblioteca de mi padre, creerían que era colifato. Tenía un cuadro de Maurrás, uno de José Antonio, otro con el lema Carlista, la Cruz, Monsieur Henry, y pegado a la mesa siempre un Don Segundo y un Martín Fierro que releía, casi tanto como a Dante que recitaba en voz alta (en el idioma original, por supuesto) caminando por el patio (y en los recreos… Dumas).

    Hoy un Carlista tiene problemas con un Falangista, y un hispanista con un nacionalista. Para nosotros esto no existía. ¿Eras carlista? Ahh… ¡de los nuestros! Las diferencias que se daban en sus lares nos importaban un comino. Nosotros habíamos tomado todo lo bueno. Lo que había de “espíritu católico” en cada uno de ellos, y el tanto de espíritu contrarrevolucionario en los otros. Nos daba lo mismo cantar Cara al Sol, Fachita Nera, le Mouchoire de Cholet, Erika o la Marcha de San Lorenzo. Si te escuchaban en cualquiera mientras te duchabas, te reconocían como propio.

   Se aceptaba que en algunas cosas te hicieras más proclive, no había problema. Éramos todos rosistas y más para atrás de eso, de acuerdo en lo principal, se permitía dejar los detalles para los especialistas. El asunto importante era hoy, y era el anticomunismo y antiliberalismo. Las dos cosas eran pecados de la misma monta. ¡Sí! ¡Pecados y de los grandes! (¡Tanto joder ahora!). No quiero hacer nombres, pero si se hiciera una lista de los autores y de las obras que produjo el nacionalismo argentino, del nivel que lograron esas obras y esos autores,  de la inmensa cultura que recopiló y condensó, les firmo ya que en todo el mundo hispano no hubo un fenómeno parecido en cantidad y calidad.

   No creo – pero no soy autoridad – que fuera un movimiento político tanto como una corriente de pensamiento que influía en su medio desde la claridad y consistencia de sus principios, y esto explica que la urgencia de acción irreflexa que ocupa a algunos de los que usurpan el nombre “nacionalismo”, no tenga nada que ver con aquello. No fue peronista, no fue miliquista y ni de casualidad democratista. ¿Republicano o Monárquico? Nostalgias monárquicas, posibilidades republicanas.

  ¿Cómo resumirlo en una palabra? Católico. Pensamiento tradicional. Con una nota argentina que lo hacía particular y reconocible.  Teníamos los mismos curas, cuatro o cinco, y éramos anticlericales (como nuestros curas). Los obispos eran una miseria (¡ahora bien los querríamos para un sínodo ecuménico!). Los hombres de Iglesia eran una lágrima cultural y, salvo esos cuatro o cinco curas a los que aludo, aprendimos el catolicismo en estos hombres y les digo, no había en Europa – seguro en España no y en Francia sí – un catolicismo tan depurado que hubiera formado “escuela”. Cuando el catolicismo francés tambaleaba con Maritain, de estos pagos salía una de las más esclarecidas rectificaciones.

   Todos los colores que hoy se ven, eran uno. Un buen concierto. Me dirán que puestos a la acción política desafinaban. Siempre pasa cuando no hay éxito posible.  ¿Qué nos pasó? Y… nos pasó por encima la Iglesia Conciliar (pero eso lo vemos después).

    Pero volvamos a lo que queremos ir. Miren el fenómeno, este libro lo muestra patente, sin agachadas ni ocultamientos, sin artificios de preparación, así de sopetón. Lo primero que llama la atención es una especie de sorpresa que se resumiría así ¿Qué hago peleando con carlistas, con hispanistas, con “derechistas”, con maurrasianos, o con cualquiera que sea una punta de ese pensamiento tradicional? ¿Desde cuándo estamos en la vereda de enfrente? ¡¿Qué pasa con estos tipos?!  ¡Todo lo que dicen yo lo digo! ¡Igual! Variando el anecdotario, uno en sol y otro en re. Lo que digo es el nacionalismo argentino, que es todo eso mismo y de una manera especial. ¡Es impensable que hayamos perdido de todo eso la perspectiva que el nacionalismo argentino había logrado!

   Me atrevo a arrimar una teoría. Esa síntesis “Argentina” se perdió como motor de una línea de pensamiento (¿culpa también de las Universidades?). Y cada uno fue a buscar su preferencia en el origen y se vino con las diferencias que allí había. Como el cuadro de Don Segundo que miro encima de mi escritorio;  “se fue como quien se desangra”. Viene un hispanista y me escupe “ultrapirenaico” porque me gusta Maurrás, ¡si yo los tenía a los dos en mi corazón! En su justa medida, desde Argentina. ¡¿Qué mierda me importan los pirineos?! Y ahí la soné, resulta que es muy importante que estén los pirineos y otras cosas que son francesas o españolas, y para arriba de los pirineos absolutistas y para abajo el África. ¡Pero no es mi historia! O mejor dicho, sí es mi historia pero no mi anécdota. ¡Soy argentino! Y ahí la embarraste del todo porque la Argentina no existe, ellos vienen a darles, cada uno, una forma que han pensado. Traen una receta. ¡Pero si ya la tuvimos! ¡Y la expresamos con una obra inmensa! Y para mejor, con una obra de una apertura y una capacidad de distinción y desmalezamiento que deberían tener más en cuenta los pensadores tradicionales de Europa (siendo que muchos la han tenido, y más la van teniendo).

   Pero no se asusten, recuerden que nos morimos hacen cien años. Miren el fenómeno: científico, histórico, sociológico, psicológico. Hay un dinosaurio argentino, andaba en las pampas. Sepan lo que fue y lo que hizo, lo que produjo.

   Ese fenómeno tiene cosas buenas y muy buenas, acertadas, menos acertadas, románticas, racionales, filosóficas y teológicas. Tienen una oportunidad de oro de saber qué cornos fue el nacionalismo argentino, porque no sólo está este testimonio, sino que hemos revivido con la raíz del pelo de un bigote nacionalista del que sacamos el ADN, un personaje de aquellos tiempos y lo tenemos tibio. Casi que palpita.

   Caponnetto es el “homo nacionalistences argentinus” congelado. ¡Observen el fenómeno! Lean con ganas y sin buscar pelea. Está frito. Lo tenemos enchufado a un aparato, ya ni patea.

    Lo que contiene el libro es la esencia de ese pensar y sentir argentino, que fue la única expresión puramente argentina que existió y sí, es cierto, si la Argentina no fue nada, si fue sólo un error, esto no es nada, pero si esto es algo, entonces hay un algo que fue la Argentina.

    Y pongo ciertos ejemplos que se dieron con los inmigrantes. El del autor, para comenzar. A una generación del italiano. Imaginen si sus padres o abuelos de él, se hubieran ido a España para la misma época. ¿Sería español y bailaría la jota? No. Estaría añorando su Sicilia. ¿Qué tuvo y que les dio la Argentina que penetró a estos hombres hasta dejarlos sin nostalgia? Que los convirtió de cuajo y en diez minutos. Mi abuelo concebido en Génova era argentino, y ni se le ocurrió volver a visitar Génova. Ni sus hijos. Lean el libro y vean lo que ese pensamiento hizo de él. Es una curiosidad. Hay allí una fuerza que sopesar, una enorme energía. Hubo una distancia que permitió una visión especial del pensamiento tradicional y que se dio en la Argentina de una forma que no se dio en ningún otro lado.

   La mayor curiosidad. ¿Cómo lograron esa síntesis concertada de todo lo mejor del pensamiento católico europeo y del pensamiento contrarrevolucionario? ¿Cómo entró casi sin las pullas que existieron en sus orígenes? ¿Alguno fue mermado? ¿Alguno fue falseado? ¿Fue un sincretismo forzado que mató los matices? Acepto hipótesis. Desafío que me lo demuestren.

  No me digan que no es divertido. Estos nacionalistas se sentaban con un hispanista y se entendían de perillas, y al rato con un maurrasiano y lo mismo, y ni qué hablar con un falangista, y así con casi todos los que valiera la pena hablar. “Per codere” y por ver un caso; Calderón Bouchet, ¿es afrancesado? ¿es hispanista? Esto se planteaba un español. No, señor. Era argentino. Era un nacionalista argentino.  Se formó en el nacionalismo argentino y miró las cosas desde la Argentina logrando una síntesis que sólo se podía hacer desde Argentina;  y podía ver en Vázquez de Mella lo mejor de lo hispano sin caer en el anecdotario. Y si hay un “pensador argentino”, si esta categoría es posible de establecer,  pues hay una Argentina, una Argentina que pudo parir ese pensador y la discusión es obtusa, porque no se le ocurre al europeo que busca categorías europeas, que es “argentino”, y que eso soluciona el intríngulis con una respuesta que está ante sus narices y que tiene el peso de una obra enorme que generó esa corriente de pensamiento que no miran,  y que andan buscando experimentos sociológicos en Italia, Alemania o Inglaterra. Y todo por un prejuicio.

   ¡Claro que encontraremos emotividades! Tendencias a perdonar ciertas cosas, a hacerse los zonzos con ciertos defectos… “aquel que defectos tenga, disimule los ajenos” decía el Martín Fierro, y lo tenemos entrañado (lo que escandaliza al francés). Estará el amiguismo argento, Cruz y Fierro (lo que repugna al español). ¡Descúbranlas! (Habrá posturas que se defienden por defender la conclusión de un amigo – siempre que el amigo tenga consistencia-  ¡y lo van a hacer y cagüentodos!) No se peleen, ¡búrlense! Díganle… ¡qué argentineada! Y de carambola, verán que aunque sea pa chusco, hay cosas que no se pueden calificar de otra manera. Son argentinas. Claro que son más evidentes en las tendencias emotivas y aún en los defectos que es lo que uno primero mira – o lo único -  pero son igual de evidentes - para el buen lector- en las apreciaciones intelectuales profundas, valederas y de proyección universal. Están los rencores, también. Vayan con cuidado los peronistas sensibles -acuérdense que está muerto - porque el peronismo también es una de esas características de la “argentinidad”.

   De aquella Argentina gaucha y noble en el siglo veinte se destilaron los vicios por un lado y las virtudes por el otro generando el peronismo y el nacionalismo. Los envases eran bien disímiles en cuanto a cantidad y calidad. Ambos con las “güevadas” argentinas (así me dice la afrancesada de mi mujer, pasando por alto los innumerables aciertos argentinos para hacerme rabiar). Pero el nacionalismo siempre reconoció (sin reconocer) en el peronismo lo peor de sí mismo, y el peronismo (sin reconocer), viceversa. ¡No lo tomen a mal! Fue así. Simplemente vean que esa es una nota del nacionalismo, el nacionalismo siempre verá en el peronismo sus peores tentaciones y le saldrá haciendo la cruz con los dedos, o caerá en ellas reconociendo un tufillo propio.

    En serio. Lean este libro desde esta perspectiva. Yo los voy a acompañar para divertirme y como ejercicio de la nostalgia. Si es necesario los ayudo a asesinar al autor o simplemente si molesta, tapen el nombre con un sintex. Y sepan qué carajos fue el nacionalismo argentino. Después criticamos juntos. Después nos preguntamos si sigue existiendo. Después nos contestamos porqué se murió o no se murió. Si fue bueno o malo. Cuáles fueron los frutos de ese árbol. Y hasta podemos entrar en los detalles (que desde ya aviso, me importan poco en la conclusión y me divierten horrores en la pirotecnia erudita). Pero aprovechen porque aquí lo tienen en estado puro y condensado.

     Yo vi el final de ese fenómeno y soy gramilla de sus orillas, ya no sé si lo sigo siendo, y no lo sé porque no sé si fui yo el que me fui, o si fue la Argentina la que se perdió y me dejó “en pelotas como los indios”. Arriesgo que fue la Iglesia la que nos dejó huérfanos y por aquí, sin sangre ni tiros, quedamos como los Cristeros entregando la fusilería y con cara de pendejos. Pero sé que de allí vengo y el recuerdo es muy grato. ¡Qué tipos que produjimos! Este libro me trajo nostalgias. Es el libro de un argentino. No puede encasillárselo en otra cosa, en otro estilo, no pueden adivinarse corrientes definidas que provengan de otros lares. Digan que dice algunas “güevadas”, pero verán que son argentinas como lo son sus numerosos aciertos.

    Y si se puede decir que este libro y que este autor son argentinos. Si se puede establecer en él una originalidad que sólo reconoce antecedentes argentinos. Que resulta extraña y a la vez cercana, distinta al fin, a quienes ven desde afuera. Entonces. ¿Hay algo a lo que podemos llamar la Argentina? Y eso a lo que podemos llamar la Argentina, con sus “güevadas” supongamos, ¿no es noble? ¿no es católico? ¿no está lleno de bien? ¿no es franco? ¿no es piadoso? ¿no es desprendido? ¿no es profundo? ¿no es erudito? … ¡Pero no es perfecto! … Más vale.

    Se está cometiendo un grave error hermenéutico. Se juzgan estas obras desde las corrientes europeas y se ve en ellas que no está “todo” el hispanismo, ni está “todo” el nacionalismo europeo, ni esta “todo” el maurrasianismo… ¡Claro que no están! Está “todo” el nacionalismo argentino. Pero un grave complejo de inferioridad nos dice que esto no puede ser. Nada bueno puede venir de Galilea. Pongámoslo así, que no sea bueno. Pero ES. Y no lo estamos viendo en lo que es, o en lo que fue. Desde adentro, con buena ciencia y paciencia. ¡Oh paradoja! ¿habrá que verlo de lejos?

     Si este País pudo parir esto en una generación, este País algo tenía.

    Se nos ha hecho un lugar común el decir que Perón era la sustancia de la argentinidad guaranga, y es verdad, y ha sido el peronismo nuestra ópera bufa que ha sido interpretada en todos los teatros del mundo. ¿Habrá sido el nacionalismo nuestra sinfonía inconclusa?   Y nos hemos solazado en mofarnos de nosotros mismos con generaciones de traidores, de cipayos, de tilingos y de guarangos, pero queda todavía una “recóndita armonía” que vale la pena escuchar y rescatar.

   Este libro expresa la sustancia de una argentinidad redimida, no sólo en él, en sus citas, en los personajes que trae a la memoria, en el nivel de sus disputas, en la profundidad de sus saberes, en la sinceridad de sus sentimientos, que no son el mérito exclusivo del autor, ni por las tapas, ¡sería imposible! ¿habrá ido a Harvard? ¿o será que resumen toda una línea de pensamiento argentino perfectamente definible como “nacionalismo argentino”? Con aciertos y desaciertos te devuelve una Argentina que se puede amar y admirar, donde hubo un espíritu vivo que fue propio y no producto de una colonia de extranjeros extrañados en un país de negros. ¿Corregir? Pero por supuesto. Y antes que se me convierta en obituario y el fantasma me tire de los pelos, los dejo, con el compromiso de tirios y troyanos de leerlo, tranquilos, buscando este fenómeno “argentino” y comprenderlo. Nada más que eso. No se detengan en las diferencias, pasen rápido. Luego lo hacemos trizas si se presta. Total, está lejos y anda en micro. ¡Ah no!...  ¡Dijimos que íbamos a imaginar que estaba muerto!       

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