Dando catequesis a un adolescente que poco sabe de religión aún, cometí la torpeza de mencionar a “los santos patronos” como si él supiera de qué estaba hablando. A Dios gracias, me preguntó a qué me refería. Le expliqué. Y por poner ejemplos, le dije que cada profesión tenía un santo patrono, que las iglesias, las ciudades, las naciones, conventos, grupos… y en el entusiasmo enumerativo, dije también “las familias”. Me desdije en el momento, porque la verdad, nunca había escuchado que ellas pudieran nombrar a un santo como su patrono particular.
Pero la idea quedó rondando en mi cabeza. Busqué en internet y no hallé nada. Seguro que algo habrá, pero el caso es que no encontré.
Pregunté a sacerdotes amigos. Nada tampoco. Pero me alentaron en la idea.
Con mi esposa, entonces, intentamos encontrar a un santo al cual honráramos con preferencia en nuestra familia, y al cual tuviéramos por especial protector. Tarea difícil. Nombrar a uno o dos de todo el santoral, no es tan sencillo como nos pareció al principio. Cristo, la Virgen, San José, quedaban “fuera de la lista” porque siempre iban a ocupar los mayores puestos de la casa. La idea era “otro santo”. (Aclaro que los sacerdotes consultados me hablaron de San José, o de la Sagrada Familia. Pero, espero que se entienda lo que queríamos, nuestra intención era tener un patrono de nuestra familia en particular, y no de las familias en general).
Luego estaban los santos a los que uno tiene mayor devoción. Pero esto presentaba dos inconvenientes. El primero era decidir a cuál de ellos. El segundo, y más importante (al menos para nosotros), era que no queríamos que primara nuestro gusto personal, sino más bien el de Dios.
Por eso dije más arriba que tratamos de “encontrar”. Descubrir al que Dios quería para la familia que Él constituyó en esta casa.
Luego de varias semanas, y durante las cuales, San Rafael María Arnaiz se nos cruzaba de distintas maneras, empezamos a entrever que Dios quería darnos por patrono a ese santo. Alguna vez había leído algo de él, pero no lo conocía demasiado. Mi mujer casi nada. Finalmente, ante una nueva "aparición", le dije a mi esposa: "Bueno, creo que ya no hay dudas. Es San Rafael". Y me fui a buscar la fecha de su celebración en el calendario litúrgico para nombrarlo Patrono de la familia en su fiesta.
Nuestra sorpresa fue que, sin saberlo, el día de la fiesta del santo, era también el día de nuestro matrimonio ante Cristo: 26 de abril.
Días después un sacerdote me regaló una reliquia del Santo.
Cuento esto, para otras familias que, tal vez, quieran hacer lo mismo si se enteran y les agrada la idea.
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